Se suele acusar a los individualista de egoístas. Nada más lejos de la realidad.
El individualista aprecia las dos caras del ser humano, la egoísta y la generosa. Por eso al ver las dos caras, quiere sacar partido del egoísmo mediante la competencia, pero a la vez a la generosidad mediante el altruismo voluntario. Así, el individualista, se siente egoísta pero también solidario, dependiendo de las acciones que tome.
Los colectivistas, muy al contrario, sólo ven la parte egoísta del hombre. Así, disfrazados con una máscara de solidaridad, deciden imponer sus ideas y crear deficientes sistemas de reparto. Eliminan cualquier rasgo de culpabilidad y no se sienten responsables de hacer actos voluntarios de solidaridad puesto que ya hay un organismo, como es el estatal, encargado de hacer todo esto por la fuerza. Así, el colectivista, se siente solidario cuando en realidad actúa egoístamente.
Ocurre además, que el colectivismo es precisamente usado egoístamente para sacar beneficio propio. El colectivista que proclama nuevas medidas e impuestos lo hace con la esperanza de que él va a ser el beneficiado de tales medidas. Cree que serán el resto los que tendrán que pagar su cuenta. El colectivista siempre habla de justicia, reparto y de ayudar a los más desfavorecidos creyendo que es precisamente él el merecedor de toda esa ayuda, pero no se pregunta si no será él el que tenga que repartir entre los que están más desfavorecidos que su propia persona. Actúa egoístamente, mientras reclama solidaridad.
El individualista también actúa egoístamente, pero no lo niega. Busca lo mejor para sí mismo, pero sin persuadir a los demás. No tiene reparos en asociarse colectivamente por beneficio propio y de los demás, pero sin necesidad de persuadir. Se asocia, no obliga. Dialoga, no persuade.
